Datos que seguro desconocías sobre el Harakiri

Datos que seguro desconocías sobre el Harakiri

Seguro que alguna vez has oído hablar del suicidio ‘a lo japonés’ o harakiri, en el que la víctima se abre el vientre con un puñal y deja sus entrañas a la vista de todos.
Pero como no podía ser de otra manera, el trasfondo de este ritual es mucho más complejo de lo que en un principio podía parecer. ¿Sabías que este “derecho” estaba reservado sólo a hombres? O ¿quién fue el último muerto por esta técnica?

Entrando en materia, el suicidio ritual japonés o seppuku (la palabra harakiri es considerada vulgar en japonés) era sólo privilegio de las clases nobles, más concretamente los guerreros samuráis. Para esta élite seguidora del código del bushido, la idea del deshonor o la vejez era algo poco menos que impensable, por lo que buscaban la muerte autoinflingida como forma de terminar conservando el honor.

Para abrirse el vientre recurrían al tanto, una daga de unos 30 cm similar a una katana pequeña. También disponían de una pequeña bandeja entre sus rodillas para recoger los intestinos tras el tajo.

1. La muerte tenía lugar delante de un público. Al contrario de lo que pudiésemos creer sobre la intimidad de este momento, el proceso era presenciado por un grupo de espectadores, generalmente amigos, familiares o implicados de algún modo en el motivo de la muerte.

2. El ritual comienza bebiendo sake. En realidad la muerte era (lógicamente) la parte final de un ritual más elaborado, en que se comenzaba bebiendo sake. Después, el samurái solía escribir un poema de despedida en su tessen o abanico de guerra. Finalmente, vestido de blanco (el color de los muertos) y con las manos bien envueltas en papel de arroz (era deshonroso morir con las manos manchadas de sangre), comenzaba la peor parte.

3. El suicida tenía un ayudante. En realidad muy pocas muertes tenían lugar de la propia mano del samurái. De ser así era un proceso prolongado y agónico que podía durar varías horas. A su lado asistía un kaishaku o ayudante, generalmente un amigo o familiar, que decapitaba al moribundo bajo una señal previamente acordada.
El ritual completo consistía en clavarse el tant? por el lado izquierdo con el filo hacia la derecha; cortar hacia la derecha firmemente y volver al centro para terminar con un corte vertical hasta casi el esternón.
Pero, naturalmente, esto resultaba demasiado doloroso y al mismo tiempo desagradable para el público, por lo que la figura del kaishaku se hacía casi imprescindible para aligerar el acto.

4. Muchos no llegaban a clavarse el puñal. Existía una creencia establecida de que cuanto más lejos llegara la víctima en el destripamiento, mayor era su valor. Sin embargo, muchos samuráis morían de la mano de su kaishaku justo antes o en el mismo momento de la primera puñalada. Aunque estos verdugos también a veces fallaban en su corte, aumentando en este caso el sufrimiento.
También había casos en que no existía una daga o tant? disponible, por lo que el suicida podía utilizar su propia katana sujetándola a la mitad del filo con un paño blanco, para evitar el corte en las manos y ejercer mayor presión sobre la hoja.

5. El harakiri podía ser impuesto. Por el propio daimyo (el soberano feudal más poderoso) o por un tribunal, en el caso de que el guerrero hubiese cometido un robo, asesinato u otro tipo de falta al honor. Tradicionalmente se enviaba una carta con un tanto finamente elaborado para usarlo en el proceso y se otorgaban varios días a su destinatario para prepararse. De no llevarlo a cabo era ejecutado de la manera tradicional.

6. Era un privilegio exclusivamente de la élite masculina. Las mujeres de noble cuna también podían practicarlo, en caso de caer en manos del enemigo, seguir a su señor a la tumba o un sinfín más de motivos. Pero se consideraba un suicidio a secas o jigai. Tampoco lo realizaban de la misma manera. Para ellas, consistía en atarse las rodillas o los tobillos (caer sin vida con las piernas abiertas era indecoroso) y seccionarse la arteria carótida.

7. También era una decisión económica. El samurái deshonrado y su misma familia perdían todos sus privilegios y posesiones, que solían acabar en manos del Estado. Rehusar la posibilidad de rescindir su honor mediante el harakiri significaba ser ejecutado sabiendo que también condenaba a sus parientes a la pobreza y a la marginación social.

8. El harakiri más conocido fue el de los 47 ronin. Alrededor de 1701, una discusión entre dos señores feudales terminó con la condena a suicidio para uno de ellos. Tras enterarse del suceso, 47 de sus samuráis (ahora ronin por no tener a quien servir) se reunieron para planear venganza.
Tras dos años de preparativos lograron irrumpir en el hogar del daimyo rival y asesinarlo con la misma espada que había dado muerte a su señor. Tras esto, se entregaron a las autoridades, que les permitieron acabar sus días por su propia mano.

9. Fue oficialmente abolido en 1873. Desde entonces se ha seguido practicando. Especialmente tras el fin de la II Guerra Mundial, muchos soldados japoneses prefirieron cometer harakiri antes que aceptar la derrota ante el ejército estadounidense. En estos casos el kaishaku era un compañero que le descerrajaba un tiro en la nuca.

10. Algunos de los últimos y más famosos harakiris fueron hace relativamente poco. Fueron los del escritor italiano Emilio Salgari, que se quitó la vida recurriendo a esta técnica en 1911. También el escritor Yukio Mishima y uno de sus pupilos, en 1970, se hicieron un haraquiri semipúblico como protesta por la miseria moral y la degradación que suponía el haber abandonado las antiguas virtudes japonesas y haber adoptado el modo de vida occidental.
Uno de los más recientes, el de un empleado de Bridgestone en Japón, en 1999. Recurrió al cuchillo en protesta por su jubilación obligatoria a los 58 años. Aunque no fue capaz de terminarlo, falleció en el hospital a causa de las heridas.
En el caso de Emilio Salgari, la cantidad de obras que escribió no le brindaron una tranquilidad económica durante su vida, sino por el contrario, vivió sin recursos, situación que le llevó a suicidarse de esta manera.
Una mañana de invierno dejó definitivamente la pluma, tras recomendar a su familia a los negreros que le explotaron: “Yo los he hecho ricos; preocupaos al menos un poco por mis hijos”. Una hora más tarde se hizo el harakiri sobre la nieve recién caída, cerca de Turín.


Fuente: http://www.cookingideas.es

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