Emociones vs. razón ¿Quién gana?

Emociones vs. razón ¿Quién gana?

¿Cómo irá el marcador entre la emoción y la razón? ¿Cuántas batallas habrán librado ya estas dos formas de percibir el mundo? Uno pensaría que cuando se trata del amor, la mayoría de las decisiones se toman a partir de las emociones, sin embargo, por lo que yo puedo ver a mi alrededor, la razón predomina en muchas de ellas. Tantas uniones románticas que suceden porque son convenientes y no porque se sienten bien.

 

¿Te he contado de Raúl? —me preguntó mi amiga Estela una noche de domingo que fuimos a tomar unas cervezas.
—Nunca —respondí.
—Es un chavo que conocí hace muchos años. Estudiamos juntos la preparatoria y hace poco se apareció en mi Facebook. Salí con él la semana pasada.
—No me habías dicho nada —protesté.
—Ya sé, es que al principio no le di importancia —aclaró.
—¿Al principio?
—Ajá, ahora sí —aclaró—. Es un tipo raro, muy metido en su trabajo…
—Como tú —interrumpí.
—Mejor. Empezó con un pequeño negocio de sándwiches y ahora ya tiene tres sucursales. Una en otra la ciudad, por cierto.
—Parece ser un buen prospecto —opiné.
—Sí. Me dijo que lleva años enamorado de mí y que le gustaría ver si puede pasar algo entre nosotros.
—¡Uff! Qué directo.
—¡Ya sé! Al principio me reí y me dejé consentir, pero ya en mi casa, sola, mientras me lavaba los dientes, pensé que no estaría tan mal tener a alguien.
Disfrazas muy bien la argumentación racional en emocional —dije yo.
—Es mi especialidad —respondió antes de pedir otra jarra.

Hasta hace poco Estela sufría agónica el rechazo de Leonardo, un tipo del que se enamoró profundamente, sin ni siquiera conocerlo bien. Alguna vez mi psicóloga me preguntó por qué siempre me enamoraba de las mujeres imposibles, con aquellas que nunca podría prosperar una relación. No supe que contestar en su momento, pero al ver a Estela y la forma en la que se dejó llevar, me hizo preguntarme, ¿por qué uno abordaría el Titanic, si supiera de antemano que va en curso hacia un iceberg? Mientras no reconozcamos que somos unos kamikazes del amor, nunca vamos a encontrar algo que prospere.

Ese domingo me di cuenta de que la actitud de Estela había cambiado, pero jamás anticipé la magnitud. Pasaron un par de semanas y mi amiga me envió un mensaje al celular que decía que era inminente que nos reuniéramos. Le contesté que sí y no volví a saber nada de ella hasta la fecha acordada. Me citó en el viejo bar donde la conocí, tenía meses de no ir a ese lugarcito.

—Debe de ser importante, regresaste a la cerveza independiente —dije al saludarla.
—Lo es —contestó seria—. Conocí a alguien.

Pedí un «lo mismo que ella» y la dejé que me contara su historia.

—Fue muy raro. Tal y como dijiste. Lo único que hice fue desprender la vista de mi lectura un minuto a la hora de la comida —relató—. Había un señor ahí.
—¿Señor?
—Sí. Se veía de cuarenta y tantos. Pelo crecido y unos lentecitos que le caían a la mitad de la nariz. Él también estaba leyendo. Intercambiamos miradas varias veces. Él hacía chiquitos los ojos, como tratando de enfocarme. Volteé hacia atrás, pensando que no me estaba viendo a mí, pero no había nadie más. Le sonreí y ya.
—Qué cosas —dije antes de llevarme la cerveza a la boca.
—Él me devolvió el gesto y se levantó de su mesa. Tenía puesto un saco de pana, una camisa a cuadros y pantalón de mezclilla. Se acercó y me preguntó por el libro que estaba leyendo. Vio a la distancia que era una de las primeras ediciones de esa novela y me preguntó dónde la conseguí. Hablamos tanto tiempo, que cuando me di cuenta ya era mi hora de salida. No regresé a la oficina después de comer. ¿Lo puedes creer?
—No, no puedo.
—El problema es que yo ya estoy saliendo con Raúl, mi amigo de la escuela. Quedamos que intentaríamos tener una relación…
—En esas cosas no «se queda», se dan y ya —interrumpí.
—Ya sé, pero ahora no sé qué hacer. Eugenio, así se llama, es un hombre divorciado, profesor de literatura en la universidad, tiene la vida hecha y lo más grave de todo…
—¿Qué? —pregunté intrigado.
Tiene dos hijas de trece y nueve años.

En ese momento traté de imaginar a Estela con ambos personajes, preguntándome con quién sería más feliz. Por un lado estaba Raúl, con quien se sentía segura y protegida, mientras que Eugenio, aunque intelectualmente más retador y gratificante, es una moneda en el aire.

—Te voy a preguntar algo, pero en realidad no espero una respuesta —expuse—. ¿Con cuál de los dos te emocionaría más despertar una mañana para pasar todo el día con él?
—Con Eugenio —dijo sin chistar.
—No, bueno. Creo que ya tienes tu respuesta.

Le di otro trago a mi cerveza y pensé que en la eterna pelea entre la razón y la emoción, entre la lógica y la pasión siempre hay un ganador, aunque sea por un pequeño margen.

Fuente: http://ar.mujer.yahoo.com/

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